Tenía alrededor de cinco años, llovía a cántaros y él me tapó con su remera. Era una remera verde, la puso sobre mi cabeza aún sabiendo que el esfuerzo era inútil. Lo miré con mis enormes ojos marrones oscuros y me miró sonriendo, tratando de animarme.
Es mi primer recuerdo de amor. Tengo todavía esa sensación atrás de los párpados, soy capaz de rescatarla 17 años después.
Él es mi respuesta a muchas cosas, aunque siempre me cuesta encontrar las palabras para nombrarlo. En honor a sus 52 años, quiero afilar mi talento
(si podemos llamar así a esto que sale de mis dedos cuando los pongo sobre el teclado) para hablar de él.
Hace 17 años que es la figura más imponente, compleja y adorada que tengo. Tal vez más, pero mi primer recuerdo de amor es ese de la tormenta. Algo hizo que yo fuera su compañera. Algo hizo que yo diera muchísimos pasos en su dirección.
Soy su vivo retrato.
Mi papá es muchas cosas. Muchas ni siquiera puedo expresarlas. Es el que me abrazó cuando vio mi corazón roto y me dio la enseñanza más importante de todas, la que me hizo fuerte:
"Vicky, la gente a veces te va a traicionar y no podés hacer nada". Yo buscaba en mi pecho la culpa y él me la arrancó de las manos. Me dejó llorar y me salvó de muchas heridas. Es el mismo que hace pocos años se transformó adelante de mí en un signo de pregunta y una flecha en el pecho. Y pocos meses después en agua que se me escapaba de entre los dedos.
Es que
soy su vivo retrato. No creo que haya nadie que entienda sus profundidades como yo. Su abismo, ese que marea y enloquece al que lo mira, es el mismo que nace en el medio de mi pecho.
Él y yo pertenecemos a la misma nada, y la nada nos pertenece. Cuando lo miro a los ojos, como en ese recuerdo de hace 17 años atrás, sigo sintiéndome su compañera, designada por vaya a saber uno quién.
Y es a pesar de mucho. Dicen que uno no elige a su familia. Yo hubiera elegido la misma, pero más sana. Más luminosa.
En él (como en mí) hay muchísima oscuridad. Tenemos en nuestras manos la capacidad de destruir. Empezamos por nosotros mismos y seguimos con el resto.
Somos el thánatos sin frenos. Y duele. ¡Duele tanto! En mí, puedo soportarlo. Pero a él, quisiera salvarlo de todo esto. Quisiera saber que no piensa como yo, que no sufre como yo, que no sangran todas sus heridas todos los días.
Mi papá me duele como sólo pueden dolerte las cosas que amás. Mi papá fue la lección más grande de mis largos veintidós años. A mi papá no lo perdoné porque a quién se ama no se lo perdona. Se lo ama, y punto. No podría disculparte por hacerme quién soy.
Entonces, ¿qué decir? Como de toda mujer, mi papá es mi primer amor. Como primer amor, tuvo en su poder la capacidad de romperme el corazón. Pero también fue quien juntó los pedacitos cuando terceros en cuestión hicieron lo mismo. Yo me reconozco como
nena de papá, soy la consentida, la caprichosa. Pero también soy la heredera de sus pasiones, de sus violencias, de sus fantasmas y de algunos de sus sueños: un libro, una casa lejos de la ciudad, San Lorenzo campeón.
Mi papá es muchas cosas. Muchísimas que ni siquiera puedo expresar. Mi papá es un sentimiento, ese que se despertó hace 17 años cuando lo vi cubrirme de la lluvia y que atravesó los avatares de 17 años de convivencia. Y sin embargo,
tengo la certeza de que es amor eterno. Inexplicable, a veces feliz, otras doloroso, pero amor.
Feliz cumpleaños, papá. Te amo.